ste aspecto o sentimiento de la vida no tiene la misma concepción en todas las culturas. Los kichwas tienen su criterio.
“En nuestra cultura el amor se vive en la demostración”,
explica Claudia Conejo, indígena otavaleña y profesora de la Universidad
San Francisco de Quito (USFQ). Es necesario saber primero que el
sentido colectivo y comunitario constituye el eje principal de su
accionar.
En el hogar
El amor familiar se traduce en “respeto”, indica Jaime Maldonado,
profesor de kichwa de la USFQ. Los hijos acatan las decisiones de los
padres y evitan contradecirles. La relación puede ser vista como un
tanto “cerrada”, es decir no muy demostrativa. En este contexto, Conejo
explica que no se decía normalmente “te amo o te quiero”, pero que al
estar los padres pendientes de los hijos “ahí está la expresión del
sentimiento”.
Sin embargo, algunas cosas han cambiado. “Antes se daba estrictamente la
obediencia y no podías hacer un acercamiento, eso es lo que noto entre
mis papás y mis abuelitos”, comenta Apaiky Alta, joven de 18 años, quien
acota que ahora “la relación es más abierta (…) todavía se mantiene el
respeto, pero conversamos más”, añade.
En la colectividad
La comunidad se compone de familias, donde prevalece el sentido de apoyo
recíproco. No se trata de amor, en sí, sino “de solidaridad y ayuda”,
dice Jaime Maldonado. Si te vas a casar, por ejemplo, los miembros de la
población “vienen con una jocha a ayudarte con productos que vas a
necesitar para la celebración”, pero, al mismo tiempo “cuando yo vaya a
casarme, tú tienes que hacer lo mismo”, indica Jumandi Chimba, profesor
de kichwa de la Universidad Central.
En la organización social cada uno sabe el papel que desempeña.
En la pareja es un ritual
En la antiguedad, los matrimonios eran arreglados entre los padres del
wampra (muchacho) y de la kuytsa (muchacha). A veces, los jóvenes no se
conocían, pero, en otras ocasiones, se daba toda una especie de cortejo
tradicional. El hombre seguía a la dama cuando “iba a lavar la ropa o a
coger agua y le lanzaba unas piedritas esperando que le sonría”, cuenta
Elvis Maldonado, del Centro de Estudios Kichwa Alalay. El varón pasaba
“meses cortejando a la chica, viendo cuál es su horario y que no haya
nadie que le vea para, así, lanzarle las piedritas”, comenta Chimba.
Ellas, “desde su feminidad, no podían demostrar que les gustaba alguien,
sino dejarle un tiempo”, añade.
Entre miradas y sonrisas, el joven, en una especie de juego, intentaba
quitarle la fachalina a la dama: si ella se la daba, entonces era señal
de que aceptaba casarse.
La familia del wampra iba a la casa de la kuytsa con el mediano, que
consistía principalmente de “papas, mote, cuy o gallina”, señala
Maldonado. Los padres llegaban a un acuerdo y se procedía a realizar los
siguientes ritos matrimoniales. (Cristina Pazmiño/USFQ)
Confraternidad
En la comunidad hay personas que ayudan en todo lo que se refiere al
matrimonio. Los alcaldes son quienes guían o ‘arriman el hombro’ en el
proceso del ‘pedido de mano’. “Ellos conocen los protocolos y saben lo
que hay que hacer”, explica Jumandi Chimba, profesor de kichwa de la
Universidad Central. Durante la fiesta matrimonial, los taytas al
servicio vigilan “quienes ya comieron y quienes no”, están “pendientes
si hay niños y mujeres embarazadas para darles prioridad”, añade.
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